viernes, 14 de diciembre de 2012


LOS PASOS (no siempre buenos)

DE UNA MODISTILLA

Comencé a estudiar en la academia de Corte y Confección del sistema Teniente con doce años. Mi profesora se llamaba Brigitte.  En la primera clase, al enseñarme a diagramar el patrón del delantero, un detalle me resultó inadecuado, una mala forma que no iba a quedar bien al poner esa prenda. Así que llamé a Brigitte y se lo dije:


-        Mire,… estos 3 centímetros que le sacamos fuera del cuarto de contorno, aquí, bajo la sisa, se los estamos agregando, y va a quedar grande el corpiño, va a tener un pico que habrá que  entrar…

-        Ya lo sé, querida, pero así es el sistema, y tenemos que hacerlo así. Luego lo corregimos.

-        ¿Luego?

-        Sí, luego. En la prueba, le entramos lo que sobra en cada costado.

Brigitte no sabía que me recuerdo cosiendo desde antes de nacer mi hermano, que nació teniendo yo 5 años y medio, que mi madre, aunque autodidacta, era buenísima en ello, y mi golpe de vista con delanteros, espaldas y mangas era tan claro como con mi casa de muñecas.

Así que mi paciencia y la presión de mi madre por continuar, duró hasta que Brigitte me pidió que le probara un vestido que ella misma se estaba haciendo. Y como un hombro del vestido le quedaba flojo, se lo tomé, encaré los dos hombros, como había visto hacer a mi madre, y lo volvió a probar. Me dijo que había hecho mal la corrección, y volví a soltárselo. Lo volví a encarar. Lo volvió a probar. Y volvió a estar mal. Entonces, solo quedaba una posibilidad. Y no era agradable de comunicar…

-        Brigitte, cada vez he encarado los hombros, y cada vez le ha quedado mal. Creo que usted tiene un hombro más bajo que el otro…

Prefiero no recordar aquella media hora que siguió. Pero fue mi última clase en Teniente. Entonces mamá me matriculó en el sistema Mendía. Las formas eran algo mejores, el grupo de alumnas era muy de mi agrado, y cuando llegó el momento de las prácticas, llevé una tela para hacerme un pijama. Así que como tarea, mi profesora, la Sra. Tota me mandó hacer los patrones.

Creo que era viernes, y el fin de semana me dio para hacer los patrones, cortar el pijama, armarlo, probarlo, y coser las costuras de máquina. Y así lo llevé el lunes. Cuando la Sra. Tota se me acerca, y me pide ver los patrones, y lo que ve es el pijama, se puso muy molesta, por mi atrevimiento, porque ella tenía que haber revisado los moldes, y de aprobarlos, habría cortado en clase, ella me tenía que instruir acerca del armado, y cuando llegara el momento de probar, lo haría delante de las chicas, para hacer de ello una clase general. Y mi timidez recibió un golpe de los gordos. Continué en Mendía hasta el final, y al terminar mi capacitación continué casi dos años más como aprendizaje para la enseñanza. Pero la rigidez del sistema, que no te deja crecer, que no da lugar a los cambios, la detestaba.


Cuando salió la entretela autoadhesiva, quise traerla a la clase. No fue posible. La entretela tenía que ser la tradicional, y “picarla”. Trabajo más mortecino no podréis imaginarlo. Hay que adherir la entretela a la prenda con millares de pequeñas puntadas que no deben pasar al derecho, haciendo las veces de una cola como la que ahora venía integrada.

A mi pregunta de por qué no hacíamos algunos cambios como ese, la Sra. Tota me contestó:

-        Porque la señora Mendía ya murió, y no puede hacer cambios.

Estuve en la academia hasta los 17 años. Para los 19 comencé a dar clases. Jamás enseñé a mis alumnas a picar la entretela. Ni a hacer hilván flojo. Ni les pedí que no hicieran lo que tuviesen ganas y confianza de hacer, aunque yo no  se lo hubiese pedido o enseñado. Siempre di las razones de las cosas, para que comprendieran los motivos, y sí, les hice una demostración de aquellas cosas que yo había retirado, para que supieran de su existencia, y ninguna de mis chicas creyó que se le perdía nada.


Bueno, sí, Carmen, la señora que había estudiado corte cuando era muchachita en Galicia. Ella sentía que solo con el hilván flojo caminaba sobre seguro. Y por supuesto que aprobé su elección, porque como habréis deducido, aprendí Mendía, pero no enseñé Mendía.

He hecho un aprendizaje independiente de otro sistema, Delego y Lagarrigue, de formas estupendas pero de una complejidad rayando la ingeniería genética, que trabajé un año para simplificar, y conseguir sus patrones con fórmulas más sencillas, que pudieran mis alumnas aprender con facilidad.

Mi tarea de renovar los estilos, de adoptar nuevas maneras más ventajosas de conseguir lo buscado, no ha terminado. Siempre analizo lo nuevo de forma independiente, no apegándome a lo anterior, y lo adopto solo si es mejor, aunque eso quiera decir que he de dejar atrás algo que está conmigo desde hace mucho. Como acabo de hacer este mes con la falda campana y la falda plato. Sigue siendo lícito el patrón tradicional, los sistemas de corte y confección la mantendrán “per saecula saeculorum”, pero yo estoy encantada con mi nuevo hallazgo.

Y mide por ti misma:

 
 

Este es el patrón de la falda campana, con la salvedad de que ya simplifiqué que la división de la cintura fuese entre 3 y no entre 3,1416, ya que, en el caso de muchas de mis alumnas, al correr del tiempo, habían olvidado semejante operación, y algunas de ellas no se habían hecho amigas de las calculadoras. El resultado de esa división daba la medida que hay que proyectar desde el punto de separación en tantos radios como hiciese falta, para tener la medida de la cintura. Y desde allí, sobre esos mismos radios, ir marcando el largo de la falda.

Ahora, mira la nueva fórmula para el mismo resultado:

 

 

Aquí la instrucción es: haz un rectángulo con la mitad de tu cintura y el largo de falda. Tajéalo desde el bajo hasta la cintura, “en tantos cortes como haga falta”. Ábrelos hasta llegar  al ángulo recto. Ya está.

¡Claro que se parecen! Si en realidad son la misma cosa… solo que una cuesta más y otra cuesta menos. Una es más proclive a errores, y la otra es más segura y de resultados prácticos más rápidos. ¿Cuál eliges?

Y HOY SÍ... ¡BUEN VIERNES!

 

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